Finales.

Las puertas se abrieron y sus rostros voltearon, expectantes. Poco a poco sonrisas maliciosas torcieron sus labios. El reloj de la pared marcaba los segundos con un volumen que iba en aumento. Ellos eran Barthes, Jonas, Adorno. Fubini, Hausser y Eco. Reiz y Pudovkin estaban al fondo. Pilas de papeles volaron de aquí para allá, números y palabras, fórmulas y oraciones. Las puertas se cerraron, me encerraron. Y ellos se acercaron, lentamente. Con cada uno de sus respiros, fueron tomando un poco de mi fuerza vital.

Y yo, sin tiempo, sin voluntad, tenía que enfrentarme a cada uno, comprender sus tramposas composiciones, para vencerlos de una vez por todas.



Los finales se acercan.

¿Freddie Mercury? ¿Queen? Pará que te explico.

No voy a hablar de su increíble voz, de sus tremendas composiciones. No voy a decir que era un showman, ni que la banda se dejaba el alma arriba del escenario. No voy a decir que me da escalofríos y algunas lágrimas pelean para ver cuál sale primero de mis ojos cuando escucho ciertos temas. Voy a callar, porque las palabras no le hacen justicia, y en su lugar, dejo videos, cronológicos, de grandes temas de sus discos; no necesariamente los mejores, pero los que más me gustan.

Queen I - Great King Rat

Queen II - The march of the black Queen

Sheer heart attack
Flick off the wrist
Stone cold crazy
Killer Queen

A night at the Opera
Death on two legs
Love of my life
Bohemian Rhapsody

A day at the races - Somebody to love

News of the world
Spread your wings
My melancholy blues

Jazz
Let me entertain you
Don't stop me now

The game - Need your loving tonight

Hot space
Put out the fire
Under pressure

The works
I want to break free (un video sin desperdicio)
Hammer to fall

A kind of magic
One vision
Who wants to live forever

The miracle - I want it all

Innuendo
I'm going slightly mad
The show must go on

Made in Heaven
Let me live
Too much love will kill you

Bonus track: Queen Greatest Hits III - No one but you

"Voy a ser una legenda". Tenía razón.

Semana 57, que sería la 52....¿en qué estábamos?

Hace un año, perdón, hace más de un año, cuando tuve la maravillosa idea de actualizar el blog semanalmente, publiqué esto: http://lagotaquerebalsa.blogspot.com/2010/10/desafio.htmlhttp://lagotaquerebalsa.blogspot.com/2010/10/desafio.html
Hablé de mi inconstancia. Creo que no hay mejor ejemplo que el haberme retrasado más de un mes en subir la última entrada.

Claramente no cumplí con mi objetivo. Queda demostrado que solo los personajes de películas y ciertas personas con fuerza de voluntad, interés y compromiso, pueden cumplir con su palabra, con estos objetivos pequeños y personales. Tal vez no pueda mantener un blog semanal, pero si sé perfectamente que daría lo que no tengo para destruir el anillo único, si este cayera en mi poder. Pero estoy divagando. En un año no escribí ninguna historia completa... salvo un capítulo del fanfic. Y al momento de entrar a hacer esta última actualización, pensé en los motivos por los cuales no la había hecho antes, pensé en falsear la fecha de publicación. Lo cierto es que los motivos, son excusas; excusas que encuentro para justificar lo injustificable (por qué llegué tarde, otra vez, por qué no hablé con tal persona, por qué no hice lo que tenía que hacer), cuando, en realidad, se trata de un único motivo: no tenía ganas, no quería... no necesariamente a nivel consciente, pero si vos querés hacer algo, lo hacés y listo (o buscás la forma de hacerlo). Si no lo hacés, es porque no tenés las ganas suficientes, porque el movilizarte para lograrlo pesa más que la satisfacción de cumplir el objetivo, porque tendrás un montón de giladas dando vuelta en la cabeza que no te dejan (que no te dejás) avanzar... para más razones, consulte a su psicólogo amigo.

No cumplí. A lo hecho, pecho. Esto no es el cierre del blog... seguramente siga actualizándolo cuando me dé la gana...sin culpabilidad de por medio.

Semana 51 - Tiempo

Necesito tiempo.
Tiempo para tirarme a mirar el techo.
Tiempo para leer los apuntes de la facultad, y ya que estamos, estudiar para el examen.
Tiempo para hacer el video y la decoración para la fiesta.
Tiempo para mirar películas y series de televisión.
Tiempo para hacer todo eso y salir con mis amigos, volver a casa y levantarme a cualquier hora al día siguiente.
Tiempo para patinar.
Tiempo para no tener que correr de un lado a otro.
Tiempo para tocar la guitarra.

Me parece que más que tiempo, lo que necesito es un buen organizador. Y el compromiso de cumplirlo.

Semana 50 - Un año

De vez en cuando veo a alguien que se te parece y se me pianta una lágrima. En otras ocasiones, pienso lo mucho que me hubiera gustado compartir tal o cual cosa con vos, tener la posibilidad de verte, de escucharte, de aprender.

Al principio no fue fácil, tenía esas ganas de correr y arrancarme la piel, para cambiar la fuente del dolor, para aliviarme. Pero el tiempo pasó y si bien las heridas dejan cicatrices, una las lleva. Con amor, con fuerza. Esto no significa que no haya días que esté más sensible, días en los que no puedo lidiar con el dolor de otros, en los que si leo, veo o recuerdo, algo dentro mío se retuerce y las lágrimas escapan.

Y creo que no hay día en que no me acuerde de vos.

Semana 49 - Time Travel

Viajar en el tiempo no es tarea sencilla y la ciencia ficción nos lo dejó bieeeen en claro. Ya sabemos que no podés ir al pasado y tocar nada porque eso cambiaría peligrosamente el futuro, o tu presente. El caso es que también, podés viajar al pasado y descubrir que algo que no debía ocurrir está ocurriendo y entonces, hay que detenerlo. Por ejemplo, si viajo a 1810 y veo que un grupo de alien malvados también han llegado a ese tiempo para someter a los ciudadanos, debo detenerlos porque yo sé, porque todavía mis recuerdos no fueron modificados, que el futuro no es con ellos al mando.

Entonces, al escribir una historia de ciencia ficción que incluye viajes en el tiempo, tengo que manejarme poniendo elementos que, de ser eliminados, no alteren el futuro de la historia. Y voy un poco más lejos: en este relato, la idea es que al final, haya que hacer un viaje a un tiempo anterior al del relato en sí, y que ese viaje produzca modificaciones tales que le den el giro de tuerca al final. Por lo tanto, en el presente del relato, debo introducir elementos y armar los hechos en relación con el viaje al pasado. Por lo tanto, cuando se llegue al pasado, se harán las cosas que modificarán el futuro, es decir el presente.
Espero que no se haya entendido nada. Para más explicaciones:




Y como dice un amigo: "People assume that time is a strict progression of cause to effect, but actually from a non-linear, non-subjective viewpoint, it's more like a big ball of wibbly wobbly timey whimey... stuff"

Semana 48 - Nothing Good Happens After 5.A.M

En un capítulo de mis series preferidas, How I met your mother, decían que nada bueno podía ocurrir después de las dos de la mañana. Como acá tenemos otros horarios, yo aplicaría esa regla a que nada bueno puede ocurrir después de las cinco.

Si para las cinco no pasaron un buen tema en la fiesta, si tus amigos no decidieron todavía aún a dónde salir, si no encontraste a ningún flaco o ninguna flaca a la que chamuyarte, date por vencido/a. No se puede emprender nada más que el regreso a casa (ya sea the walk of shame o no) después de esa hora. No digo que una buena noche va a terminar mal si no volvés a tu casa antes de las cinco (no soy tan hipócrita), digo que no podés empezar nada a las cinco o hacer algo nuevo, porque no va a resultar como lo esperabas y va a ser una decepción.

Después de las cinco empecé a hablar con un chico en una fiesta y todavía hoy me arrepiento.
Después de las cinco quisimos entrar a un reconocido boliche porteño, y conseguimos espantarnos con el precio de la entrada para los hombres (porque las chicas pasábamos gratis), verle la cara a Hernán Caire y el cuerpo plástico de una señora entrada en años. Una salida infructuosa que solo sirvió para gastar plata en taxis.

Semana 47 - Rejunte

A cinco semanas de terminar, creo que es hora de empezar a evaluar el año de actualización y lo que pasará después. Igual, en cinco semanas pueden pasar muchas cosas... mejor dicho, no sé si tantas, pero sé que se vienen unos días importantes.

Por lo pronto, estoy metiéndome con la segunda parte del fanfic. Lo que es bueno, porque estoy escribiendo, y malo, porque tengo muchas ideas para ir desarrollando y no quisiera colgarlo. Necesito disciplina.
También tengo un par de historias dándome vueltas por la cabeza, pero todavía no las plasmé. En realidad, algunas tienen ya una o dos páginas en papel en algún lugar del escritorio. El problema, es que son todas ideas extensas, nada corto... ya me pasó que cuando llevan tanto tiempo me atasco en un punto, dejo todo y me olvido del trabajo. De nuevo, disciplina.


Por último, hoy Red Hot Chili Peppers. Ya voy preparada para la acumulación de gente, el quilombo de la salida, quedarme con ganas de más (los discos ya están cargados en el reproductor para mañana), y para cruzarme mañana a esa gente que, al día siguiente, usa la remera con el nombre de la banda, la misma que llevó al recital o que se compró ahí. ¿Lo hacen para demostrar que fueron? Es hora de que te pegues una ducha, querido.

Y sí, en algún momento debería empezar a ponerme al día con la facultad. En algún momento.

Semana 46 - El manco de Lepanto

Sentí su presencia, su respiración agitada acercándose. Me abstraje de los gritos de mis compañeras y giré levente la cabeza sobre mi hombro izquierdo. Evalué la situación por unos segundos, lo suficiente como para que mis pies se movieran hacia la izquierda y todo mi cuerpo los acompañara. El cálculo fue preciso y logré impactar contra su cuerpo. Un grito desgarrador, cual guerrero a punto de acortar la distancia que lo separa de su oponente, brotó de mi garganta, suficiente como para darme coraje y liberar el dolor correspondiente a sentir un codo clavándose en mi hombro.

En el momento, molestaba, pero el dolor llegó al momento de bañarme e intentar sacarme la remera. Resultado: hielo, y mantener el brazo quieto por unos días. Vale aclarar que esto me pasó el viernes y este martes tuve la última sesión de terapia física, por lo que, al visitar al médico de guardia, mi temor fuera que me mandara diez sesiones más... no es porque sea un embole y me duerma en la camilla, no es porque esté lleno de gente de la tercera edad que ronca, es porque me torcí el pie, diez sesiones, tuve tendinitis (en el mismo hombro), otras diez sesiones... ¡¿y ahora ésto?! Por suerte, el médico de guardia nos despachó rápido para poder volver a dormir y no me aconsejó nada que hielo y reposo.

Así que, pañuelo al cuello, escribo estas líneas con una sola mano. El nivel de velocidad de tipeo disminuye ampliamente.

¿Reflexionando?, llegué a enumerar una serie de descubrimientos y cosas que se vuelven más difíciles o imposibles de hacer con una mano:
-el shift de la derecha es útil. No necesito estirar mis dedos a punto de desgarrarse para apretar el shift y el enter al mismo momento, por ejemplo.
-no puedo tocar la guitarra
-cortar el papel higiénico se vuelve una tarea ridículamente complicada.
-cortar la comida
-subirme y bajarme los pantalones
-sacarme la remera... no es que lo hago con una mano, pero no puedo hacerlo sin soltar unos cuantos improperios (siempre quise usar esa palabra) en el camino.
-lavar los platos (y cualquier otro elemento de la cocina)
-hacerme un sandwich
-arreglar unos subtítulos, por ridículo que parezca. No podía no usar la mano para corregirlos.

Semana 45

"La verdad que no sé qué decirte. Supongo que en realidad, no debería decir nada, sino hacer. Me cuesta salir de mi lugar, de mi mundo, de mi manera de ser, y las alternativas que tengo para hacerlo, para dar el primer paso, no las agarro. Sigo decepcionando a la gente, y eso no me gusta. A mi también a veces me da bronca la manera que tengo de ser, pero supongo que esa misma manera me imposibilita romper con mis trabas...es como un círculo vicioso."

Mails...

Semana 44 - Frustración

No es que me moleste la selección que se hizo, lo que me molesta soy yo. Porque hace más de un año que estoy con ésto y si bien, desde la primera vez que me subí a las ruedas mejoré bastante, ahora estoy estancada. Sigo sin poder hacer todo lo que las demás ya hacen y tranquilamente. No sé si ya llegué a mi 100% o si estoy en un 50, un 40, 80 o x porcentaje. Me frustra que las cosas no me salgan, que sea tan torpe, que no tenga resistencia. No mejoro. Ese es mi enojo.

Y como me enojo, decido no ir a entrenar, lo que es una estupidez suprema.

Necesito amigarme con el deporte de nuevo... dejar a un lado mi enojo y pensar que sí puedo. Que si mejoré desde la primera vez, puedo seguir haciéndolo. Si quiero, puedo; si quiero, puedo. Repeat.

Semana 43 - Domingo en familia

Uno de esos domingos en que VES a tu familia. Ves a tus tíos, ves a tu abuela (llorando), ves a tus padres, a tu abuelo. A todos. Ves, reflexionás y pensás qué sacaste de todos ellos.
Mi padre siempre dice que mi familia materna se caracteriza porque no se habla de las cosas. Tercos, sordos y mudos. Él siempre me dice que yo tengo que ser mejor que eso, que tengo que romper la cadena. Tengo que reescribir mi ADN, y lo mejor, sería que no espere hasta los cuarenta.

Semana 42 - Fanfic

Mucho tiempo me llevó escribir esto y pasarlo a la compu. No quedó del todo bien, pero cumplo con el posteo en borrador de la semana pasada.

Doctor Who (mentira que me tiene obsesionada) - La Inquisición.

Sus pies desnudos golpean contra la tierra. Una turba enardecida la persigue, llevando antorchas y gritando “bruja” a todo pulmón. Su cabello largo y ondulado se balancea mientras corre hacia el bosque que tiene en frente, a unos escasos metros. Se obliga a apurar la marcha, a pesar de la respiración entrecortada y las piedras que se le clavan en los pies.

Al fin llega al bosque, sin detener su ritmo, se adentra. Un chirrido suena a la distancia, no muy lejos de su posición, pero no le importa. Vuelve la cabeza, controlando su espalda, hasta que choca contra el pecho de un hombre, que la sujeta por los brazos. Al igual que ella, está sorprendido por su encuentro. Leola se suelta y, llevándose un dedo a los labios, le indica que guarde silencio. Las voces están más cerca. Se apresura a pasar junto al hombre y a una enorme caja azul, para esconderse detrás del ancho tronco de un árbol. Asoma la cabeza y lo observa. Tiene una vestimenta muy extraña, un pantalón y una camisa, y dos tipos de “sacos”, uno le llega un poco más debajo de la cintura y el otro, encima del primero, acaba bajo sus rodillas; pero lo que más le llama la atención, es el calzado, un modelo y una tela que nunca antes había visto. Él levanta el dedo pulgar de su mano derecha y se lo muestra, para después meter la mano en su bolsillo.

-¡Bruja! ¡Detengan a la bruja! – las voces están más próximas. El sobresalto del grito le hace volver su cabeza y apretarse más contra el tronco.

El sonido de los pasos acercándose. Tres hombres y una mujer llegan hasta el Doctor. Dos de ellos llevas antorchas. Al verlo, se quedan perplejos. Uno de los hombres es el primero en hablar.

-¿Ha visto pasar a una chica?-saca su mano del bolsillo y se toca la pera, reflexionando.

-¿Puede ser más específico?

-Castaña, alta, delgada. Debió pasar corriendo porque la estamos buscando.

-¿Y eso por qué? – la mujer, más que alterada, da la respuesta.

-¡Porque es una bruja!

-¡Claro!-El Doctor se golpea la frente con la palma de su mano- Estamos en pleno apogeo de la Inquisición…Desapruebo totalmente lo que hicieron, por cierto – Sus interlocutores intercambian miradas, luego vuelven a centrar su atención en él. – Ninguna bruja, lo siento, pero si llegara a ver a alguien volando con una escoba, se los haré saber.

-¿Qué es eso? – El hombre más joven señala a la Tardis. Leola se aferra con fuerza al árbol, temiendo ser vista.

-¿Eso? Una norme y estúpida caja azul…no sirve para nada, es muy pequeña. – Se balancea sobre sus pies.

-Deberíamos volver con el resto – dice tras unos segundos de silencio el primer hombre que había hablado. Los otros asienten. – Hasta luego, señor – El grupo corre hacia la izquierda. El Doctor los sigue con la vista y cuando se cerciora que están lejos, se acerca al árbol.

- ¿Una bruja, eh? – Le sonríe.

-¡No lo soy! – Responde mientras deja su escondite.

-Pero ellos lo creen así… ¿Por qué? ¿Qué hiciste?

-Yo… – Baja la mirada y luego vuelve a levantarla. – Prométame que va a delatarme.

-Lo prometo – El Doctor pone su mano izquierda sobre el lado derecho de su pecho. Con el entrecejo fruncido, Leola lo corrige.

-El corazón queda del otro lado.

-Para vos – murmura – Está bien, lo prometo de este lado también – ahora su mano derecha está sobre el lado izquierdo. – Contame.

-Yo no hice nada, pero alrededor mío pasan cosas. Platos que se rompen en el aire, casas y cosechas que se incendian, algunos dicen que mi casa brilla… y también están las voces en el viento.

-¿Voces?

-Sí, murmullos. Lo único que dicen es “devuélvanla”.

-Interesante. ¿Sabés qué creo eh… cuál es tu nombre?

-Leola

-¿Sabés que creo, Leola? – Ella niega con la cabeza – Que tengo que investigar. La Tardis me trajo acá a la fuerza, así que algo extraño debe haber. ¿Podrías llevarme al lugar donde escuchaste las voces por primera vez?

Leola retrocede un paso, abre los ojos como platos y sus manos se tensan en unos puños.

-N-no – titubea. – Fue en mi casa, y ellos seguro estarán esperándome – El hombre se acerca a ella, la aferra por los hombros y la obliga a mirarlo.

-Vine a ayudarte. No te preocupes, mientras estés conmigo, no te va a pasar nada. – Leola traga con fuerza y lo observa unos instantes, preguntándose si puede confiar en él o no.

-Es por aquí – Camina hacia la derecha. Busca con la mirada figuras escondidas entre los árboles, pero la zona está despejada. El Doctor la sigue, las manos metidas en los bolsillos, avanzando tranquilamente, como si estuvieran haciendo una excursión. - ¿Quién es usted?

-El Doctor

-¡Ah! ¡Es un doctor! ¿Viene de Francia?

-No soy un doctor, soy EL Doctor, así me llaman. ¿Por qué Francia?

-¿Sin… nombre, entonces? Pensé que era francés por la ropa, es muy extraña. ¿Y qué hay en la caja azul?

-Es mi nave. – Leola levanta un pie y se quita una piedra pequeña que se la había incrustado en el talón.

-¿Cómo un bote o algo así? ¿Vino en eso desde Francia? – Cuando dijo “eso”, lo hizo con cierto tono de desprecio.

-¡No soy de Francia! Mi casa queda un poco más lejos que eso.

-¿Qué tan lejos?

-Muy lejos. ¿Alguna pregunta más? – El Doctor está fastidiándose.

-Considerando que estoy delegando la posibilidad de convertirme en carne asada a un completo extraño, no me parece inadecuado preguntar. – El Doctor hacer una mueca, dándole la razón.

Atravesando el bosque, llegan a la parte trasera de la casa de Leola, una pequeña construcción levantada usando trozos de diferentes maderas; otras viviendas también modestas se encuentran a pocos metros. La rodean. La puerta principal, una tabla mal puesta, está abierta. El Doctor empuja a la chica hacia atrás, y saca del interior de su saco un cilindro. Armado, ingresa al lugar, apuntando con el artefacto. Alguien había estado allí, pero se había marchado antes de que llegaran. La pequeña mesa y una silla estaban tiradas en el suelo; el montículo de paja que hacía las veces de cama, esparcido por el lugar; la manta hecha un bollo junto a la entrada. El cuadro se completa con recipientes hechos añicos y su escasa ropa desparramada.

Leola se suelta y comienza a recoger las cosas. Más para sí mismo que para su acompañante, el Doctor se pregunta en voz alta qué habrían estado buscando, mientras continúa recorriendo el lugar y apuntando con su cilindro de punta luminosa.

-Pruebas – Leola está rearmando su cama. – Pruebas de que soy una bruja.

-¿Cómo qué?

-No sé… símbolos del diablo, marcas y objetos extraños. – se pone de pie y sacude sus manos sobre su vestido. – A la señora Magritte, por ejemplo, le hallaron unas marcas en una pared, hechas con algo afilado. Eso, y los rumores que decían que iba al bosque a encontrarse con el diablo, le valieron una visita al tribunal y una sentencia.

-¿La hoguera?

-No…después de las torturas, accedió a modificar su vida, ahora trabaja para la autoridad principal del tribunal, y le han quitado a su hija.

-¿Crees que encontraron algo acá? – El Doctor hecha un vistazo a todo el lugar.

-No, pero no lo necesitan, no con todo lo que han visto. – El Doctor guarda su aparato. - ¿Qué es eso?

-Un destornillador sónico. Si hay algo que no es de este planeta, lo encuentro. – Leola mueve ligeramente su cabeza de un lado a otro.

-¿Qué?

-Bien, Leola… ¿viste las estrellas en el cielo? Digamos que vengo de ahí… y hay otros seres que vienen de ahí también. – Ella retrocede, asustada – Oh, vamos, la chica que escucha voces en el viento no puede tenerle miedo al hombre del espacio. Si sirve de consuelo, en esta casa no hay nada extraño.

-¿No soy una bruja, entonces?

-Dijiste que no lo eras.

-Ya sé, pero entre lo que yo digo y lo que los demás creen, hay un abismo de diferencia.

-Estoy de tu lado, no creo que seas una bruja. Ahora, ¿qué pasa con tu familia? ¿Ellos también escuchan voces?

-No hay nadie más, no tengo familia.

-Sé como se siente…bien, vámonos.

Afuera, ya está anocheciendo. Si hay gente en las casas vecinas, no se dejan ver. El Doctor saca de nuevo su destornillador sónico y apunta a su alrededor. Esta vez, se escucha un pitido cuando está enfrentado al bosque. - ¡Vamos, Leola! – Corriendo, se adentra en la espesura. Leola lo sigue, apartando las ramas a su paso.

El Doctor se detiene detrás de un árbol. A pocos metros, hay una construcción de madera alargada, similar a una casa.

-¿Quién vive ahí? – su voz es un susurro.

-Nadie… sé que le pertenece al Señor Lucas, y lo he visto en la zona, pero no vive allí.

-El señor Lucas está guardando algo ahí… y tenemos que descubrir qué. – El Doctor da un paso, pero la chica lo toma del brazo y tira de él.

-El señor Lucas es la figura principal del tribunal. Si llegase a estar por aquí, si me vieran él o sus lacayos…

-¡Sh!

El Doctor le tapa la boca y con el dedo índice de su mano libre le indica que haga silencio. Luego, descubre su boca y ambos se acuestan sobre el suelo. Se escuchan unos pasos rápidos avanzando por el bosque, a pocos metros de ellos. Leola no se mueve, pero tiene las palmas y las puntas de los pies apoyadas, lista para pararse y correr a toda prisa. A su izquierda, surge la figura de una mujer que carga con una antorcha pequeña y avanza hacia la casa.

-Es la señora Magritte

Ambos notan que hay algo extraño en su andar, demasiado rígido y poco natural. Ingresa en el recinto y a los pocos segundos prende una vela. El Doctor saca otro cilindro y se lo pone sobre el ojo derecho. Luego lo guarda y se incorpora.

-Vos esperá acá y yo voy a ver qué están escondiendo

Utilizando los árboles y su sombra, se acerca a la casa. Como si ya la conociera, abre la puerta. La señora Magritte se gira rápidamente y saca una espada rota.

-Lamento tener que hacerte esto, pero es lo mejor – saca el destornillador y la apunta con él al tiempo que presiona un botón. Un poderoso pitido hace que pierda la consciencia y caiga al suelo. El Doctor recoge la vela, ya que la antorcha ya había sido apagada, y se asoma por la puerta, haciéndole señas a Leola para que se acerque. La chica se pone de pie y corre hacia él.

El Doctor prende el resto de las velas de la estancia y admira lo que hay allí.

-¿Qué es todo esto? – Leola se frena al traspasar la puerta.

En el medio de la única habitación hay un prisma romboidal, de un metro de alto. Las caras están compuestas por fragmentos más pequeños de un vidrio brillante.

-Esto, querida Leola, es una nave espacial. – Él extiende sus brazos señalando al rombo.

Del vértice superior, sale un tubo que se ramifica; cada una de estas ramificaciones termina en un recipiente que contiene un líquido azul. El Doctor moja el dedo en el líquido y se lo lleva a la boca.

-Mmmm…Están destilando energía. Pero ¿cómo? Y ¿por qué?

Leola ingresa y se acerca al prisma. Su rostro se refleja en la superficie. Extiende la mano para tocarlo y siente una corriente que le recorre el cuerpo.

El Doctor toma un frasco y mira a su alrededor.

-¡Ajá! La encontré

Leola avanza hacia él rápidamente.

-¿Qué cosa?

-La tapa – la chica lo mira decepcionada. Gira sobre sus talones para continuar examinando el lugar. En el suelo está el cuerpo de la señora Magritte.

-¿Está muerta?

-Nah, solo aturdida. En un rato despertará como nueva. Ahora, vámonos.

-No lo creo, señor – un hombre de altura media y pelo entrecano da un paso, interponiéndose entre ellos y la salida. Su sonrisa está ladeada, dándole aires de malicia y astucia. Junto a él, hay un hombre con una espada y la mirada perdida. – Usted está arrestado y será ajusticiado por ayudar a una bruja.

-Asumo que es el señor Lucas

-Asume bien. ¿Y puedo saber quién es usted? – El hombre da unos pasos más, de manera pausada.

-El Doctor – Leola se mantiene rígida a su lado. Él levanta el frasco a la altura de su cara - ¿Qué es lo que está haciendo con esto? ¿De dónde lo sacó?

-No es de su incumbencia, Doctor. –Gira la cabeza hacia el hombre con la espada – Arréstelos.

-Ah ah ah, espere – El Doctor saca su destornillador mientras extiende su mano libre hacia el frente – No quisiera hacerles daño…

-Dijiste que era un destornillador – le murmura Leola

-Sónico, no olvides que es sónico. Hace… cosas sónicas. – Con un movimiento de cabeza, señala al cuerpo de la mujer. El Señor Lucas sonríe maliciosamente.

-Muy bien, Doctor. Pero esa tampoco es una espada común – el hombre presiona un punto sobre la empuñadura y la espada resplandece. – Ahora… continuemos.

-Devuélvala – Interrumpe Leola, antes de que el Doctor pudiera hacer funcionar su destornillador. Volviendo su cabeza lentamente hacia atrás, descubre a la chica envuelta en un aura azul, y una luz del mismo color emana por sus ojos. Su voz está mezclada con otra, más gutural y grave.

-La bruja se deja ver. Eso agiliza las cosas, directamente irás a la hoguera.

-Devuelva la nave a los Cridianos o prepárese para sufrir las consecuencias.

-Asombroso – El Doctor mira los acontecimientos con fascinación.

Lucas vuelve a dar la orden a su lacayo, pero un rayo impacta directamente en su pecho antes que termine de hablar, lanzándolo fuera del recinto. Leola tiene los brazos extendidos, las manos encimadas con las palmas hacia el frente, y de allí parte el rayo azul. Una vez despedido Lucas, se vuelve hacia el lacayo y hace saltar la espada de su mano. El hombre sale de su ensimismamiento.

-Corré – Le ordena el Doctor. El hombre los mira y tarda unos segundos en reaccionar. Luego, obedece.

El resplandor azul desaparece y Leola se tambalea. El Doctor la atrapa antes de que se caiga.

-¿Cómo te sentís? ¿Podés correr? – Ella asiente. El Doctor guarda el destornillador y el frasco dentro de su saco, la toma de la mano y la guía a la salida. –Tenemos que volver a mi nave.

-¿La cosa azul? ¿Qué puede tener en la cosa azul?

-Todo. Y dejá de tratarme de usted.

La noche los ayuda a esconderse al avanzar. El Doctor corre aún llevando a Leola, y siguiendo sus indicaciones. Por momentos, los ruidos del bosque los engañan y creen que los están siguiendo, pero el lugar está vacío. Finalmente, llegan al punto en el que se vieron por primera vez. El Doctor abre la puerta de la Tardis y la invita a pasar. Leola se queda asombrada.

-Es más grande en el interior.

-Sí – dice, al tiempo que cierra la nave y se aproxima al tablero – Es la “gracia” de la Tardis. – Presiona un botón y un compartimento cilíndrico se eleva.

-¿Tardis? –Leola recorre el tablero con su mano.

-Time and relative dimentions in space. – Pone el frasco dentro del cilindro y lo hace descender.

-No entiendo absolutamente nada. ¿Qué está pasando? ¿Qué pasó en lo de Lucas? ¿Quién es usted? – se detiene a ver la pantalla junto al Doctor mientras éste continúa presionando botones.

-Ok, voy a explicarte todo. Primero, tenés que dejar de tratarme de usted, me hace sentir increíblemente viejo… que lo soy, pero no quiero sentirme así.

-No parecés mucho más grande que yo.

-¡Bien! Me tuteaste. ¿Cuántos años tenés, Leola?

-Veinte.

-Sí… creéme, tengo muchísimos más años que vos. – El Doctor se aleja hacia un aparato que expide una tira de papel. – Segundo, voy a empezar por lo más fácil. Como te dije, no soy de la Tierra. Soy un Señor del Tiempo, y esta es mi nave, con la que viajo a través del tiempo y del espacio. Hoy estoy acá y mañana puedo estar en el siglo anterior o en los milenios siguientes, en cualquier punto del universo.

-¿Eso te parece lo más fácil? – Leola se apoya contra una de las barandas.

-Esperá a escuchar el resto. – El Doctor comienza a hablar muy rápido, ayudándose con gestos – Ahora bien, en un planeta muy muy lejano, viven los Crodiantes, unos seres increíblemente inteligentes que, buscando la manera de aprovechar al máximo su mundo, comenzaron a experimentar, reciclando hasta la partícula más chica. Pim pam pum, - golpea las palmas de su mano de un lado a otro - terminaron creando una nueva forma de vida, los Cridianos, que, en términos sencillos, es energía viva y como es energía, no tienen una forma física perceptible…bah, eso no es tan así, a veces se ven como pequeñas bolas azules, pero eso no importa. El potencial de los Cridianos era tal que amenazaba con destruir al pequeño planeta, por lo tanto, los Crodiantes se presentaron ante la Junta Interplanetaria y ofrecieron veinticinco dotaciones de esta poderosa energía que ayudaría al desarrollo de los planetas. Los beneficiaron firmaron un acta de uso, digamos, donde se establecían que cosas podían hacer y cómo y muchos blablas burocráticos, y por “muchos”, realmente quiero decir muchos, unos catorce tomos. Los Crodiantes envasaron a los Cridianos en la nave y los lanzaron al espacio. Solo veinticuatro recibieron sus dotaciones, una se perdió en el camino, lo que casi desata una guerra, porque el último planeta pensó que había sido estafado. – El Doctor camina de un lado a otro, dando vueltas – Esa nave debe haber entrado en algún salto temporal y terminó aterrizando en la Tierra

-¡Pará! – grita Leola desesperada. El Doctor la mira. – Unos seres de otro planeta crearon a otros seres que no se pueden ver y que viajaron en esa cosa que vimos en lo de Lucas, ¿cierto?

-Sí.

-¿Y no podrían habérmelo explicado así?

-Creí que la versión extendida te daría una mejor perspectiva. Ahora, los análisis confirman – el Doctor sacude la tira de papel – que el señor Lucas está exprimiendo la energía de los Cridianos, la pregunta es… ¿cómo?

-Nunca vi nada como lo que había instalado en esa casa…

-Exacto. Porque no es de aquí. Al menos, no de aquí y ahora.

-¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?

-Sí, bien… ese es otro punto… el punto tres, cinco, no sé dónde me quedé en mi explicación. Cuando estábamos allá, los Cridianos se manifestaron a través tuyo… digamos que te usaron para comunicarse, lo que significa que estás llena de energía cridiana en estos momentos – Él hace una pausa. Leola endurece su mirada.

-¿Doctor? ¿Qué pasa?

-Ningún hombre puede aguantar toda esa energía por mucho tiempo…si ellos no te dejan pronto, vas a morir – sus ojos se abren como huevos. Indignada, levanta sus brazos y los deja caer golpeando contra sus piernas.

-¡Dos sentencias de muerte en un día! ¡Fantástico!

-Dejame hablar con ellos – la sujeta por la cien con tres dedos. – Relajate. – En el momento en que Leola cierra sus ojos, el Doctor siente una corriente extraña y todos sus recuerdos se arremolinan en su cabeza. Cuando Leola abre sus ojos, irradia una luz azul y aparece un aura alrededor de su cuerpo. Él la suelta. – Cridianos, soy el Doctor y quiero ayudarlos.

-Consigue nuestra nave – la misma voz gutural poco amistosa que ya había escuchado.

-Explíquenme qué ocurrió.

-Los Cridianos íbamos a nuestro destino, pero algo golpeó la nave, y perdimos el sistema de navegación, quedando a la deriva. Hubo una turbulencia y caímos en la Tierra. No llegamos a regenerar la energía necesaria para que la nave pudiera volar cuando nos capturaron. Solo tres Cridianos logramos escapar, el resto está en la nave, muriendo.

-¿Para qué los usan?

-Mejorar a los humanos, no con buenas intenciones, los Cridianos lo sabemos. Intentamos integrarnos a los humanos, para que nos ayuden, pero no resultó. Hasta ahora.

-¿Leola?

-La chica. Hace tiempo que la rondamos, uniéndonos poco a poco. Hoy terminamos el proceso cuando tocó la nave, hoy ella nos lleva y somos uno.

-No pueden quedarse, la van a matar.

-No. Ella es fuerte. Su cuerpo resiste a los Cridianos. Consigue la nave y nos iremos. – Los Cridianos dan por finalizada su comunicación. Los ojos de Leola vuelven a la normalidad. Ella se agarra de la baranda y del Doctor antes de perder el equilibrio.

-¿Qué pasó? ¿Se fueron?

-Estarás bien – le responde, dándose la vuelta. – Ahora, necesito de tu explicación. ¿Viste algo extraño en el cielo en el último tiempo? – Ella hace memoria.

-Hace unos meses pasó una bola de fuego. Cayó en el bosque, nunca supimos qué fue.

-Los Cridianos… ¿qué hay de Lucas? ¿Él ya vivía acá? – Ella asiente – Eso significa que alguien puede estar ayudándolo, o usándolo…como los lacayos, ¿notaste la mirada y movimientos de los lacayos?

-Parecía… parecía que no estuvieran ahí.

-¡Exacto! – el Doctor golpea sus palmas y luego eleva el dedo índice, apuntando al techo. – El señor Lucas no, él parece estar bien… Decime ¿qué cambios hubo desde que viste la bola de fuego?

Leola desvía su mirada y guarda silencio unos instantes.

-Más muertes y magia. Hubo gente, vecinos míos, que fueron acusados de hacer magia, varios se marcharon antes de ser ajusticiados, otros lo hicieron porque creían que la zona estaba maldita. Cuando no era la magia, era la enfermedad que se los llevaba.

-Esos eran los Cridianos tratando de mezclarse. Los humanos no pueden tolerarlo. ¿Cuándo empezaron a ocurrir esas cosas extrañas a tu alrededor?

-Unos días atrás. ¿Son ellos?

-Sí… efectos secundarios de intentar incorporarse a tu organismo. ¿Qué más?

-Y mejoraron los cultivos. Y los animales. Ahora son más saludables, hay mucho más para recolectar… incluso podemos intercambiar con otras villas.

El Doctor golpea su frente y da vueltas. – Piensa, piensa, piensa. Energía líquida, planes para mejorar a los humanos. La energía lo haría, pero ellos no pueden consumirla sin… morir.

-¿Los humanos no pueden?

-No. Ahora, necesito que hagas silencio mientras pienso.

-¿Y hay que mejorar a la gente?

-Sí, Leola, ahora, sh.

-No, pero, Doctor, muchos enfermaban aquí antes de los Cridianos y eso era por problemas de comida, así decía el médico de la villa. – El Doctor se detiene en seco y la mira. – “Si quieres mejorarte, solo tienes que comer”, decía cuando visitaba a algún pobre hambriento.

-¡Leola, sos brillante! ¡Los humanos no soportarían la energía, pero las plantas y los animales no son humanos! ¡Eso es! Regando las plantas y manteniendo a los animales con agua enriquecida, los humanos podrían acceder a una energía ya utilizada, pero aún lo suficientemente fuerte como para afectarlos, sin matarlos. Apuesto a que los únicos que enfermaron fueron los afectados por los Cridianos.

-Bueno, los casos de enfermedad disminuyeron mucho y como hay más alimentos, todos reciben sus raciones, ya no hay quienes mueran de hambre.

-¡Brillante, simplemente brillante! Chocá los cinco conmigo – él extiende su mano y ella lo mira extrañada, luego lo imita. El Doctor hace chocar las palmas. – Ahora, vamos a hacer un pequeño viaje.

El Doctor le pide indicaciones aproximadas de distancia hasta la casa de Lucas y Leola se las da. Aunque sumamente imprecisas, ajusta las coordenadas de la Tardis.

-Agarrate bien, vamos a sacudirnos.

El usual chirrido precede a la desaparición de la nave. Dentro, una sacudida los lleva de lado a otro.

-¿Estamos viajando a través del tiempo y el espacio?

-Sí – El Doctor baja una palanca con un pie y se produce una nueva sacudida – Ya llegamos. – Leola se pone en marcha hacia la puerta. - ¡Esperá!

El Doctor desciende la escalera. Abre una puerta, llena de estantes con zapatillas de lona. Observa el talle de un par rojo y se los lleva. Sube los escalones de dos en dos.

-Creo que a tus pies les vienen bien, Leo. – se las alcanza. Ella lo mira con una ceja levantada. – Pensé que podría llamarte así.

-¿Qué son?

-Zapatillas – la ayuda a ponérselas y se las ata – Seguro que te resfriás seguido con los pies descalzos.

-No, nunca. Jamás me enfermé. – Leola abre la puerta de la Tardis y sale al campo. El Doctor la mira sorprendido.

-¿Nunca nunca?

-Nunca nunca.

La señora Magritte golpea la puerta de la habitación antes de entrar.

-Adelante.

Abre la puerta. Las luces de la vela y de la luna que se cuela por la ventana, son las únicas que alumbran el lugar. Entre las sombras, está el señor Lucas, pero no se deja ver. La señora Magritte ingresa caminando de manera extraña. Deja un aparato rectangular sobre el escritorio.

-Voy a llamar a mis súbditos – la voz del señor Lucas suena extraña, como si estuviera expidiendo gran cantidad de saliva. – Vamos a detener al Doctor.

Entre la oscuridad, una larga y afilada mano de un tono medio amarillento se acerca al artefacto y lo agarra. En la pantalla, se refleja un rostro alargado, no humano. La boca tiene unos dientes puntiagudos, salidos hacia fuera, unas aberturas verticales en lugar de la nariz y dos ojos pequeños. Presiona en un cuadrado que aparece en ella. Una luz roja comienza a parpadear.

La señora Magritte asiente y sale de la habitación.

El campo se extiende ante ellos. La casa de Lucas se vislumbra a la distancia, iluminada únicamente por la noche. Es la más grande y bonita de toda la villa. Junto a la casa, hay otra construcción, similar a la del bosque, pero en peor estado. Da la sensación de haber sido levantada con apuro. El Doctor se encamina hacia allí.

-Lo malo de las puertas de madera – comienza diciendo – es que no se abren con mi destornillador. – Una enérgica patada habilita su acceso – Ah, mirá eso.

Hasta ese día, Leola no sabía lo que era una nave espacial, ni como se veía, pero al entrar en el recinto, pensó que así es como se la hubiera imaginado, y no como un rombo o una caja. La forma de la embarcación era análoga a una raya acuática, hecha de un metal negro como el carbón, de unos tres metros de alto y cinco de largo. Unos artefactos también de metal con luces de colores y diferentes formas llegan el espacio.

-Tecnología Napoor – determina el Doctor después de apuntar con su destornillador a uno de los aparatos.

-¿Napoor? ¿Te estás inventado esos nombres?

-Oh, no. Esta máquina por ejemplo, – le da un golpecito a un tubo ancho y circular, hueco – emite las señales que se generan acá. – Una pantalla estaba conectada a la máquina. La examina de cerca – Excelente.

-¿Qué cosa? – Leola está desplazándose alrededor de la nave, apoya sus manos sobre el vidrio oscuro y acerca su rostro, intentando ver el interior.

-La energía mejora la capacidad receptiva. Si lográs controlar los receptores, limitarlos para que solo le lleguen tus órdenes, podrías manipularlos. A través de esta máquina, el Napoor envía sus mensajes. Digamos que todos los que comieron las verduras y la carne enriquecidas, se verán afectados.

-¿Cómo la señora Magritte y el otro lacayo?

-Exacto. Supongo que la energía cridiana te va a mantener a salvo de eso.

-¡Dijiste que ya se habían ido!

-No, dije que ibas a estar bien. ¡Y así será! Solo tengo que encontrar la manera de cumplir con mi palabra y listo.

-No me siento muy tranquila – El Doctor ya no la escucha.

-Si la cantidad de alimentos sigue aumentando, podría distribuirlos por todo el país, tendría un ejército de humanos…- El Doctor apunta a la pantalla con su destornillador – Si pudiera bloquear la señal… - un pitido corto y agudo comienza a sonar, al tiempo que un cartel le anuncia que la operación es inválida. – El Napoor debe tener otro comando.

El ruido de una compuerta que se abre llama su atención. Leola había abierto la nave.

-¿Estará acá dentro? – ingresa y el Doctor va detrás.

-Estás aceptando muy bien todo esto.

-Doctor, aceptaré cualquier cosa que me libre de la hoguera.

Dentro de la nave, la luz proviene de algunas pantallas y pequeñas lámparas encendidas. En la cabecera hay un extenso tablero, y una silla en el centro. Hacia la cola, solo cables y compartimentos. El Doctor analiza el tablero con detenimiento, mientras ella cubre el otro sector.

-¡Doctor! – él no la escucha – ¡¡Doctor!!

-¿Qué, qué? – Al llegar a su lado, descubre un tanque lleno de un líquido verde y viscoso con el cuerpo de Lucas dentro. Estaba flaco, como si fuera solo huesos y piel.

-Es el señor Lucas

-Es su cuerpo. Su piel, más exactamente. El Napoor debe haberse comido su carne. – El espacio ocular está vacío – Adoptó su forma.

-¿Estás diciendo que el señor Lucas es un monstruo?

-Sí, algo así. El Napoor debe haber llegado persiguiendo a los Cridianos y se camufló usándolo a él. Este – señala al cuerpo – es el verdadero señor Lucas, o lo que queda de él. Y a quien vimos hoy, es el Napoor. Ahora, fIjate si podés abrir estos compartimentos, y si ves algo que pudiera usarse en la emisión de señales, avisame. –Leola pone manos a la obra, sin saber qué es lo que tiene que buscar. El Doctor vuelve a la parte delantera y usa su destornillador sónico para abrir cajones secretos del tablero.

Leola abre una puerta y es atacada por un manojo de cables y tubos guardados a presión. Tras liberarse, prueba con la de al lado. Una serie de cajones incrustados en la pared se despliega. Llama al Doctor para que vea su hallazgo. Él revisa y va cerrando los cajones a medida que los descarta.

-¿Esto? – sostiene una pirámide invertida, hueca y plateada, sin la base, unida por la punta a una placa circular de igual color.

-Eso…- el Doctor simula estar emocionado – es un vaso. – La chica frunce los labios y deja el vaso en su lugar.

-¡Sí! ¡Acá estás! – entre sus dedos sostiene un cubo negro, muy pequeño, con una línea que traza un círculo en su cara superior. Dentro de éste, hay una marca, que coincide con otra que está por fuera de la línea. Tres marcas exteriores más indican los cuatro cuadrantes.

-¿Eso es un transmisor?

-No, pero es mi plan B, un conversor. Vámonos, es hora de ir a hablar con Lucas – se guarda el cubo dentro del traje, junto con el destornillador.

Salen de la nave y caminan hacia la entrada de la casa.

-Ahí lo tenés – se frenan. Frente a ellos hay un grupo de hombres y mujeres, todos rígidos y con la mirada perdida, sin pestañar. El señor Lucas está de pie, delante de la hilera.

-Los han rodeado, Doctor. Es hora de rendirse. – El séquito se expande hacia los laterales. Todos con la misma carencia de expresión.

-¡Es toda la villa!

-Debió enviar un mensaje con su transmisor. Su plan está teniendo éxito.

-¿Están vivos?

-Sí, solo no piensan por sí mismos. – El Doctor mira a todos lados, buscando una vía de escape. – Pero hay algo que el Napoor no tuvo en cuenta.

-¿Qué cosa?

-A mi. – Le guiña un ojo y ella sonríe.

-¿Qué hacemos entonces? ¿Cuál es el plan?

-Entregarnos – su rostro cambió radicalmente, de felicidad a incomprensión.

-¿Qué? ¿Es un chiste, no? ¡Vamos a morir! ¿Nos vamos a rendir sin luchar?

-Oh, disculpá, ¿tenés algún arma secreta escondida? – Leola lo mira con enfado.

-¿Tu aparatito?

-¡Es un destornillador sónico! Bueno para ganar tiempo, pero no tanto como para ganar una batalla. Bien, allons-y Leo – El Doctor levanta los brazos y abre las manos a la altura de su rostro. Leola lo imita. El Doctor escucha su resoplido y un murmullo en el que entiende “francés, era francés”.

Cuatro hombres fornidos se acercan a ellos y los apresan.

-Llévenlos a las habitaciones. ¡Ustedes! – Lucas señala al grupo detrás de él - Preparen la hoguera. Tenemos carne para asar.

La habitación en la que habían encerrado al Doctor está a oscuras. Él se encuentra sentado en el suelo, con las manos y los pies atados. Escucha pasos que se acercan, luego el chirrido de la puerta al abrirse. La tenue luz de la vela alumbra el rostro de un hombre y de Lucas.

-¿Tiene algo para decir antes de que todo termine? – Lucas se pone de cuclillas frente a él.

-¿Qué hace un Napoor en la Tierra? – él suelta una carcajada.

-Conquistar, ¿qué más? La nave de los Cridianos no llegó aquí por casualidad, era todo parte de mi plan. Lo único que no pude controlar fue el salto temporal, pero una vez aquí, no importaba el tiempo. Si controlo a los humanos, les enseño a pelear como un Napoor, mi pueblo podrá ir a la guerra sin sacrificar su vida.

-¡No podés hacer eso!

-Sí, sí puedo. Los humanos hacen el trabajo sucio con los otros planetas y yo consigo un mundo más grande y próspero. Un mundo potenciado, además, por la energía cridiana. ¡Seremos imparables! – Lucas mira al techo y eleva sus manos al hablar. El Doctor se inclina hacia delante.

-Mirame, Napoor. Mi rostro será lo último que veas, no te dejaré hacerlo.

-Doctor… francamente – se pone de pie – no hay nada que pueda hacer. ¡Sujétalo! – el hombre agarra al Doctor por los brazos, lo pone de pie y lo guía a la fuerza fuera de la habitación.

Frente al establo donde está la nave, hay dos estructuras. Llevan una base de paja, hojas secas y madera y un largo tronco en el centro. La multitud se congrega a su alrededor. El hombre sigue llevando al Doctor, y a su lado llega otro haciendo lo mismo con Leola.

-Hola, Doc.

-¿Doc?

-Pensé que dada nuestra situación, podríamos dejar a un lado las formalidades – Él hace una mueca con la boca.

-De acuerdo, ¿cómo estás?

-Tuve días mejores, ¿vos?

-Lo mismo. – Sus guardias los empujan en línea recta hasta el mástil. – Leo, escuchame. Es importante que sepas que vas a morir.

-Ah, arruinaste la sorpresa.

-No, en serio. Mirame. – ella obedece – No hay nada que puedas hacer… si fueras una bruja, si tuvieras poderes, tal vez tendríamos una oportunidad, pero no lo sos. No vas a volver a casa, lo siento. – Leola lo mira sin comprender. – Esta noche morirás.

Los guardias los atan a los mástiles. El señor Lucas está entre ellos y el establecimiento.

-Los pecadores deben pagar por sus crímenes – grita. La multitud sigue ausente. – Dos brujos que desafiaron al Señor. ¡No más! Déjenlos que ardan. – Los dos guardias se aproximan con antorchas. El fuego prende en la base de la tarima.

-¿Doc? – él se vuelve hacia Leola – Fue un gusto conocerlo.

-No me trates de usted. – ella sonríe tristemente.

-La muerte me pone solemne.

El calor va en aumento. La sonrisa maliciosa, el regodeo del Napoor resalta sobre las miradas perdidas de la población.

-¡Leo! Mirame – la voz del Doctor resuena sobre el crepitar del fuego. – No hay nada que podamos hacer. Vamos a morir.

-¿Te molestaría dejar de recordármelo?

-Escuchame. El Napoor destruyó a su familia, pero la nave aún está intacta. Yo puedo darles la energía para irse a casa. Necesito que nos ayuden – la luz azul inunda el cuerpo de Leola, saliendo por sus ojos y boca y marcando todo su contorno, más brillante que nunca. Rompe con el amarre que la sujetaba al mástil y se eleva unos centímetros sobre el suelo.

-¡¡No!! – Lucas está enfurecido.

-Pagarás por lo que has hecho – los Cridianos hablan a través de Leola.

-¡En mi bolsillo! – los ojos fantasmales se fijan en el Doctor. Extiende su brazo y el cubo que él había tomado de la nave del Napoor, sale del bolsillo y llega a sus manos.

-¡Es realmente una bruja!

-No seas ridículo, Napoor. No existe tal cosa – el calor del fuego sigue aumentando y gotas de sudor resbalan por la frente del Doctor. – Son los Cridianos, almacenados en su cuerpo. Estos pequeños, inteligentes y poderosos seres están muy enojados. – el fuego empieza a quemar la tabla de madera. Leola sigue en el aire, analizando el cubo. – Es tu última oportunidad. Dejá este planeta y no vuelvas nunca más.

-¡Los Cridianos destruirán su cuerpo y después yo los destruiré a ellos como hice con los otros! – El rostro de Leola se mueve rápidamente hacia él

-El cuerpo resiste. Tú violaste el código interplanetario, secuestraste y mataste a nuestros hermanos Cridianos. Nosotros no perdonamos.

Sosteniendo el cubo entre sus manos, hacen girar trescientos sesenta grados el círculo marcado en la cara superior, luego presionan hacia abajo y éste se hunde. Un orificio se abre en la cara que enfrenta a Lucas y un rayo rojo sale de ahí, impactando en el centro de su cuerpo y ramificándose, creando una especie de jaula a su alrededor.

-¡¡No!! ¡Deténganse! – El grito del Doctor es en vano.

Lucas chilla mientras su cuerpo, ya sin forma humana, se marchita y es arrastrado por el rayo principal. Pocos segundos más tarde, ya no existe, los Cridianos sueltan el botón, hacen girar el círculo en el sentido contrario hasta su posición original y luego guardan el cubo en un bolsillo del vestido. Los hombres y mujeres caen al suelo.

- Cuando tengan un momento, me gustaría que me ayudasen.

Leola extiende los dos brazos, uno apuntando con la palma a la plataforma del Doctor, el otro, al establo. El fuego comienza a movilizarse hasta entrar en contacto con la mano, usando el cuerpo como puente, es expedido por la otra y se traslada con fuerza por el aire, hasta impactar con la construcción, que empieza a arder.

La gente se despierta y se incorpora poco a poco

-No quería que lo mataran, sino que lo espantaran.

-Los Cridianos no perdemos el tiempo con juegos. Y no perdonamos. Él tenía que morir por lo que hizo. No hay piedad.

-Ya consiguieron lo que querían, ahora déjenla ir

-No hasta estar a salvo

-Entonces volvamos pronto a mi nave – al ver lo que está ocurriendo, algunas personas se alejan aterrorizadas, mientras otras arrojan piedras sobre Leola llamándola “bruja”. Una de las piedras da en el blanco. Los Cridianos trazan enérgicamente una curva con el brazo extendido que sacude el aire e impulsa a un grupo de hombres y mujeres hacia atrás. Todavía flotando se acercan al Doctor, lo toman de la mano y lo elevan, llevándoselo de ahí.

El Doctor les señala el camino para encontrar la Tardis. Algunos habitantes de la villa corren a armar antorchas y avanzan en la dirección en que los vieron alejarse. El establo cruje, la madera se vence, la construcción se derrumba.

Una vez dentro, el Doctor ajusta las coordenadas y la Tardis se desvanece para aparecer a continuación fuera de la casa del bosque.

-¡Rápido! ¡Métanse en su nave! – Mientras Leola desciende, él eleva el cilindro del tablero y toma el frasco con la muestra de energía líquida.

La luz y el aura azul se desplazan en el espacio hacia el prisma romboidal y el cuerpo de Leola se desploma en el suelo. El Doctor corre para llegar primero y desconectar el tubo, dejando el vértice superior abierto, como si fuera una tapa. Los Cridianos ingresan y él deposita el frasco de energía en el interior. Junta los otros frascos, los tapa y los guarda en la nave.

Vuelve a la Tardis. De la parte inferior central saca una manguera, que desenrolla a medida que avanza. Se detiene junto al cuerpo de la chica y le quita el cubo.

- Lleven una ración extra de energía a su planeta. Que sirva para algo – apoya el cubo junto a los frascos, sin tocar a ninguna de las tres esferas azules que revolotean en el interior.

Cierra la tapa del prisma y conecta el extremo de la manguera con el vértice. Corriendo, entra en la Tardis y la pone a funcionar, como si fuera a viajar, pero ajustándola para que transfiera esa energía a la nave de los Cridianos. Cuando la ve brillar, detiene el proceso, y a gran velocidad, se dirige a desconectar la manguera.

La nave, libre, se eleva y queda suspendida en el aire antes de impulsarse con fuerza hacia arriba, rompiendo el techo a su paso.

Leola se mueve en el piso. El Doctor se acerca a ella y le apoya una mano sobre su cara.

-Vas a estar bien. – Abre los ojos despacio – Tenemos que salir de acá. Te voy a ayudar. – Con cuidado, logra ponerla de pie. Pasa un brazo de ella sobre sus hombros y la sujeta por la cintura. Cargando así con la mayor parte de su peso, logra que camine fuera de la construcción y la sienta en el suelo, apoyando la espalda contra la Tardis. Desde el cielo, los Cridianos lanzan un nuevo rayo que incendia el lugar.

-¿Qué pasó? – su voz es apenas un susurro. Está pálida, tiene los labios blancos y agrietados.

-Sos asombrosa. – El Doctor le sonríe. – Toda esa energía y seguís viva…Insté a los Cridianos a tomar el control, ellos nos salvaron. Luego le quitaron la energía vital a Lucas, lo absorbieron, el Napoor está muerto.

-¿Cómo?

-El cubo que robé de la nave. Tecnología alienígena de ultísima generación. Después nos trajeron hasta acá, transferí energía de la Tardis a su nave y se fueron.

-Lo hacés sonar tan fácil…

-No fue muy difícil, solo necesité una manguera. – hace una pausa antes de continuar. – Te puse en riesgo, podrías haber muerto, deberías haber muerto.

-¿Y por qué no lo hice?

-No lo sé, es extraño. Supuse que si los Cridianos ya estaban en contacto con vos desde hace varios días, e incluso te habían poseído en dos ocasiones, podrías soportar una tercera, pero no estaba seguro…era la única alternativa para salvar al planeta.

-¿Yo era tu plan B?

-No, el plan B era usar el cubo, el conversor, pero en cuanto nos atraparon, empecé a pensar que las cosas no saldrían como lo esperaba. Digamos que fuiste el plan B de mi plan B. – Leola se queda mirando al cielo. – Yo no quería venir a este tiempo, la Tardis me trajo, recibió algún tipo de señal y vino. Cuando descubrí a los Cridianos, pensé que habían sido ellos, pero hace meses que estaban en la Tierra, lo mismo el Napoor y la explotación de energía. ¿Qué otra cosa ocurrió? – Él guarda silencio y la mira. Leola desvía su vista a su compañero.

-¿Qué? ¿Me preguntás a mí? – él asiente. – No tengo idea.

-¡Te encontraron, Leo! Hace pocos días los Cridianos encontraron a una humana que podía soportarlos, sin que la energía destruyera su cuerpo.

-Pero eso pasó hace días y vos decís que recibiste la señal hoy.

-Sí, bueno, el tiempo es un poco complicado de entender. El punto es que hay algo que no es normal en vos.

-¿Soy una bruja? – el terror se dibuja en su rostro. El Doctor ríe.

-No, las brujas no existen. Y la Inquisición es un error.

-¿No podés hacerla desaparecer? Digo, volver atrás y evitar que ocurra.

-Me temo que hay cosas que puedo cambiar y otras que no, ésta es una de esas.

Leola guarda silencio, acomodando sus ideas.

-Tengo otro problema. Nosotros sabemos de esas criaturas, pero el resto de la población no, ¿estoy en lo correcto? –el Doctor asiente con la cabeza. – Ellos van a seguir viéndome como una bruja, y alguien más va a ocupar el puesto de Lucas. Si me quedo, me van a buscar. – Él la mira de reojo.

-Podés venir conmigo, recorrer el universo.

-¿Al futuro? ¿A otros planetas? – Pregunta sorprendida. – No puedo hacer eso, Doc. No termino de entender lo que ocurrió hoy, y me da miedo. Además imagino que el futuro es muy diferente, si se visten como vos, – mira despectivamente su vestimenta, pero le sonríe - no creo que pudiera adaptarme. Lo siento.

-No, tenés razón.

-De solo imaginar unas enormes estructuras de metal avanzando por un camino, me dan ganas de salir corriendo. – Esta vez, el sorprendido es el Doctor.

-¿Cómo?

-Sí, cosas metálicas, conviviendo con los hombres. Como la nave del Napoor, aunque con distinta forma.

-¿Autos? ¿Estás hablando de los autos? ¿Cómo podés saber lo que son?

-No sé qué es un auto. Acabo de imaginarme algo así.

-Un auto es un transporte… metálico, como la nave, pero de distinta forma. No vuela, bueno, no todos, no en todos los tiempos. Y no tienen cuerpos muertos adentro. A menos que sea un coche fúnebre, entonces sí, pero no se ven muy seguido. A menos que vivas cerca de un cementerio, supongo. Sos muy extraña, Leo, imaginando autos siglos antes de que existan…

-¿Yo soy la rara, hombre del espacio? – se ríen. Miran a las estrellas. – Tu casa debe ser hermosa.

-Sí…-el Doctor hace una pausa. Se pone de pie y le da la mano para ayudarla a pararse. – Decime, ¿a dónde te gustaría vivir? Un viaje sin escalas y sin costo directo a un punto del universo, libre elección. – Empuja la puerta de la Tardis.

-Escuché que el sur es muy lindo en verano

-¿De este planeta?

-Sí, Doc.

Entran a la nave, la puerta se cierra. Segundos después, suena la chicharra y la Tardis desaparece.