Idea, idea, ¿dónde estás que no te veo?

Estuve meses esperando. Agarraba un papel, apoyaba la lapicera, y al rato, el papel terminaba en el tacho de basura.Tiempo después, el taco rebalsaba y yo dormía sobre el escritorio.
Intenté de todo. Me senté a escuchar una y otra vez las historias de mi abuela, esperando la llegada de algún evento que despertara mi interés. Sonreí a un par de personas en el colectivo, esperando a que alguno me diera charla y descubriera, entonces, una historia de vida apasionante, pero la gente me miraba como si estuviera loca.
Dejé una libreta con un lápiz sobre la mesa de noche, y todas las mañana la encontraba vacía. Pensé que tal vez ahí podía estar la clave, la base... pero no fui capaz de llegar a nada, y pronto me quedé en blanco.
Compré el diario todos los días, buscando alguna noticia que sirviera, pero sentía que ya todas eran historias, o la representación de una realidad muy distorsionada.
Como el colectivero me había advertido que a la próxima sonrisa me bajaba, decidí simular que escuchaba música y esperar a que las personas de mi alrededor entablaran una conversación diciendo las cosas que yo necesitaba oír.
Desesperada, opté por plagiar obras completas, pero a mitad de camino, sentía que lo que escribía no iba a ningún lado, y nuevamente, quedaba en la nada.
Tampoco podía escribir sobre una persona que no puede escribir porque ya los escritores se han encargado de usar la idea de "escritor sin ideas" hasta el hartazgo.

Me resigné. Tal vez, lo mio, no era escribir nada, imaginar otras vidas, jugar a ser Dios con seres de palabras.

Y cuando ya estaba por decidirme a estudiar algo más afín a mi vida, como Economía... me vino. Y no hablo de Andrés. Sino, de una idea. Me cautivó, la abracé y la besé al instante. Y después, otra, totalmente diferente. ¡Dos ideas! Se presentían sólidas, interesantes. Empecé por la primera, escribiendo el primer día. Dos, tres, ¡cuatro carillas! ¡Sin parar! Estaba orgullosa, con el sentimiento de que iba por el camino que tenía que ir.

Y un día, cual personaje de Woody Allen, me entró un "miedo". Si me siento, y escribo, en poco tiempo voy a llegar a un punto del que no voy a saber cómo salir; o se me va a dar por releer lo que venía trabajando y voy a estar en completa disconformidad, no por la idea, sino, por mi escritura. Temo que pase eso, que la idea muera sin haber llegado lejos, temo arruinarla y hacerla espantosa cuando en mi mente se ven tan bien.

Y ahí está, me esperan. Todos los días, las dos, me dicen que siga. Y yo las miro y pienso que mejor hoy no, mañana.

Hasta que ese mañana llegue, espero ir ganando un poquito más de confianza con este humilde blog.

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